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adriancordova

corrupcion

El tema de la corrupción ha tomado en la actualidad especial relieve, sobre todo a raíz de la comprobación, en países extranjeros, de vastas "redes" de negociados en los que han sido piezas claves personas investidas de autoridad o colocadas en cargos públicos, las que se han valido de su poder e influencias para favorecer intereses no limpios y ganancias ilegítimas. Los hechos que ha reseñado la prensa han sucedido en países en que abunda el dinero, pero no es seguro que en naciones más pobres no exista el flagelo de la corrupción.

La corrupción se ampara en el silencio, en manipulaciones "reservadas" que procuran no dejar rastro. Cuando hace uso de la violencia y de amenazas hasta de muerte, se le atribuye el nombre de "mafias" o "carteles". Una vez que alguien ha cedido a las insinuaciones de la corrupción, adquiere "tejado de vidrio" y se ve en la necesidad de guardar silencio y de aceptar, mal que le pese, un status de complicidad: quien se ha dejado corromper vivirá condicionado por el temor de que su situación sea conocida y de perder su fama.

La corrupción radica ante todo en las personas, pero se convierte en sistema, es decir en un "tejido" o "madeja" en que se crean vastas interdependencias de las que es difícil prescindir, incluso para aquellos que no son corruptos y detestan la corrupción. En todo acto de corrupción hay alguien que corrompe y otro que se deja corromper, pero influye también un ambiente corrompido que no estigmatiza la corrupción y que incluso la acepta, cuando no la fomenta.

El ministro Fouché, de triste memoria, afirmaba que "todo hombre tiene su precio; lo que hace falta saber es cuál". Ese juicio generalizado corresponde a la época de fines del siglo XVIII y principios del XIX en Europa, y debe referirse a los medios conocidos por su autor. No hay que creer que la corrupción es un flagelo de los tiempos modernos: la Biblia narra como los filisteos corrompieron con dinero a Dalila, la concubina de Sansón, a fin de que lo traicionara y les hiciera saber la explicación de su fuerza portentosa (Jue 16, 4-21; siglo XI o XII antes de Cristo). En la Roma antigua uno de sus próceres mandó que a su muerte, sus cenizas fueran llevadas fuera de la ciudad, e hizo colocar como epitafio una frase desafiante: "Ciudad venal: ¡no poseerás mis cenizas!". En el tristemente célebre proceso de Savonarola, hay también un indicio de corrupción de uno de sus jueces. Problema, pues, de ayer y de hoy.

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